Caducidad

Filminuto de documental
Milena Álvarez

La pared.






Una familia, Mi familia "Condenada" por tradición a vivir en un barrio al que quizá siempre pertenecieron y siempre lo harán, Nos decian hace algún tiempo "Ese muro no los deja progresar y salir de aca de este barrio" y nos preguntabamos ¿Queremos salir de él? ¿Queremos borrar tantas historias contadas allí? Sin embargo en la busqueda de fotografias no he encontrado alguna donde él este y quizá este sea el obejtivo de mi filminuto, aceptar que en esa pared hay mas historias que fracasos por contar. Por eso he decidido con el Filminuto empezar a crear un archivo para este, Nuestro paisaje, nuestro muro del frente.

Esto es una silla

Dice Cervantes que siempre queda el recurso desesperado de hacer más inteligible el dibujo de un gato poniéndole un letrero que diga: esto es un gato. Pero esto no era un gato, era una silla:

Esto es una silla:

Es solo un recuerdo de una historia que imagine cierto día mientras observaba la banca que está en la mitad de la cancha de la Universidad, pues suelo recordar a mi abuelo que poco conocí pero que mucho imaginé y menos en una situación como estas, en una interacción en cualquier parque.

Bien debo saber que una película fotográfica al sobreexponerse a la luz durante un intervalo de tiempo medido, puede provocar efectos que desobedecen a las lógicas espacio-tiempo. Digamos entonces que esto es una silla, un lunes principio de semana. Siete de la mañana, la silla vacía. Ocho de la mañana, Rafael Álvarez se sienta en esto, que es una silla. La película apenas se ha comenzado a quemar.
Rafael Álvarez nació el mismo día que murió Simón Bolívar, en otro año, por supuesto, en otro siglo. Pero eso no lo supo sino tiempo después de haber nacido. No había advertido en el perro que reposaba bajo la banca, justo al lado donde se encontraba Rafael, pero casi al tiempo que se ha ido el quijotesco personaje, se ha parado y ha orinado una de las patas de la banca, junto a la jardinera que existe detrás.
Pasan carritos repletos de chicles, mentas, cigarrillos y bareta. La de los tintos que se va a parquear justo donde los jubilados embolan sus zapatos. Fatigada de hacer fila en la E.P.S., o de recorrerse el centro buscando al que se embolató, se sienta una señora, sesenta y cinco, setenta si mucho. Se quita las sandalias para que sus pies se hinchen libremente, con esa fruición dolorosa de la sangre que palpita por el cansancio.
Tiempo después se acomodarán en la misma silla como sardinas en lata, al medio día, cuatro dones a discutir la cotidiana vida, agravios para el gobierno que venció hace dos décadas y halagos para el más nuevo. “Yo me acuerdo” “Cuando eso” “Estaba yo pipiolo”. Cuantos años soportados por dos metros de banca, ellos pasan y ella aguanta.
Y se suceden los actores, y el negativo sobreexpuesto, saturado, velado y requemado: un perro que mea los pies descalzos de una mujer que se ha sentado a descansar, a escuchar sobre las venturas y desventuras de un grupo de viejos que conversan a su lado, mientras a un lado, apenas perceptible, queda Rafael saliendo del retrato, quizá a ocupar el caballo del centro del parque, mientras Simón se descuelga del pedestal para limarse los callos.